En la noche del 1 de noviembre, un aire de solemnidad y alegría se apodera de las calles. Las familias se reúnen en los hogares y los cementerios, decorando altares con flores, calaveras de azúcar y fotografías de aquellos que ya no están. El aroma del pan de muerto llena el ambiente, mientras con susurros con el sonido de las campanas que anuncian la llegada de las almas.En esta tradición milenaria, el Día de los Muertos no es un momento de tristeza, sino una celebración vibrante de la vida. Las almas, según la creencia, regresan para reunirse con sus seres queridos, disfrutando de las ofrendas preparadas con amor y dedicación. La comunidad se une, recordando historias, compartiendo anécdotas y, sobre todo, reafirmando el vínculo eterno que trasciende la muerte.Los rituales son diversos y únicos en cada región, pero todos comparten un hilo común: el amor incondicional que une a los vivos con los muertos.En muchos lugares, las calles se llenan de color y música, con danzas y procesiones que rinden homenaje a la vida. En el corazón de esta celebración, se encuentra la calavera, un símbolo que recuerda que la muerte es parte del ciclo de la vida y que, aunque nuestros seres queridos se hayan ido, su esencia vive en nuestra memoria.
Por: Evelin Salazar