Lo que comenzó como el “Hogar Juvenil Campesino”, una humilde iniciativa destinada a brindar educación a los niños y niñas de sectores apartados, ha evolucionado hasta convertirse en uno de los mayores laboratorios de educación ambiental y agropecuario a cielo abierto en Colombia.Los primeros años del instituto estuvieron marcados por el liderazgo del reverendo Bernardo Torres y un grupo de educadores locales que, con un fuerte apoyo de la parroquia, cimentaron las bases de lo que sería una experiencia educativa única.La educación primaria fue el primer paso, y en 1982, gracias a la colaboración del SENA, los estudiantes comenzaron a formarse como Técnicos en Ganadería. Esta iniciativa les ofrecía una educación formal y les proporcionaba herramientas prácticas para su futuro, estrechamente ligadas al entorno rural en el que vivían.El desarrollo del ICAM continuó de manera vertiginosa, pues, en 1985, con el apoyo del desaparecido Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (INCORA), se instauró un ambicioso programa de educación no formal para la capacitación de líderes sociales, en el que se impartían conocimientos en técnicas agropecuarias, biología, matemáticas, lectoescritura y espiritualidad.Para 1989, obtuvo la licencia de bachillerato técnico, ampliando las oportunidades educativas para los egresados de primaria. Una década después, en 1998, la Secretaría de Educación de Cundinamarca otorgó el reconocimiento oficial a los programas de básica primaria, bachillerato técnico agropecuario y media técnica.Con el nuevo milenio, el colegio adoptó su actual nombre, reflejando su enfoque en la ciencia y la agroindustria, y en 2003, recibió el prestigioso Premio Zayed en Emiratos Árabes por su labor en la sustentabilidad.En la actualidad, el ICAM es un espacio donde se experimenta, se aprende y se explora. La granja experimental, la escuela campamento de liderazgo, la tienda verde y el santuario del agua y de la vida son algunas de las estrategias que han convertido al ICAM en un referente de educación ambiental en el país, donde la educación trasciende las aulas y se convierte en una experiencia integral permitiendo a la ciencia, la naturaleza y la comunidad que se entrelazan, creando un entorno donde el pensamiento científico y la creatividad florecen desde el municipio de Ubaté.
Por: Ricardo Martínez – Quesos