A solo una hora de Bogotá, Chía abre las puertas de su vereda Bochica, epicentro del Festival de Cometas. En agosto, su cielo se llena de sueños con forma de cometa: más que un evento, es un ritual colectivo que transforma la Sabana en un espectáculo de colores, tradición y memoria.
Agosto en Chía no solo es un mes en el calendario; es un lienzo en movimiento. El cielo se convierte en escenario y las cometas, en protagonistas que bailan al ritmo del viento. Desde temprano, familias enteras, parejas y curiosos llegan al municipio para dejarse envolver por la tradición que, año tras año, transforma los aires fríos de la Sabana en un espectáculo de colores y formas.
En los parques y espacios abiertos, las manos se alzan con hilos tensos, y las risas se mezclan con el sonido del viento. No faltan las cometas artesanales, aquellas hechas con paciencia y creatividad, ni las gigantes, que parecen querer tocar las nubes. El turismo vibra en cada esquina: puestos de comida típica ofrecen almojábanas recién horneadas, arepas de choclo y chocolate caliente, mientras artesanos exhiben recuerdos que capturan la esencia de Chía.
Los visitantes vienen a volar cometas, vienen a vivir una experiencia, caminar por sus calles coloniales, admirar la arquitectura de la iglesia de la Valvanera o detenerse en una cafetería a probar un café de origen, se convierte en parte del plan. Los hoteles y alojamientos reciben a turistas que buscan un respiro de la ciudad, encontrando en Chía un equilibrio entre tradición y modernidad.
En agosto, Chía no es solo un punto en el mapa: es una invitación a mirar hacia arriba, a reencontrarse con la infancia y a descubrir que, en cada cometa que surca el cielo, viaja también una historia. Es la época en que el turismo se alimenta del viento y las memorias se elevan tan alto como las figuras de papel, tela y varillas que pintan de alegría la Sabana.