En el sur del país, cerca de la frontera con Ecuador, se alza una colina majestuosa que guarda un secreto ancestral. Los ancianos del lugar cuentan historias de un acontecimiento extraordinario que ha perdurado a través de generaciones.Esta es la leyenda de las Piedras del Tunjo, un relato que evoca la devoción y la desesperación humana. Todo comenzó hace muchos años, cuando un sacerdote, lleno de fervor y dedicación, llegó a estos confines con un solo propósito: construir una capilla que glorificara la fe de su pueblo. Sin embargo, la obra que debía ser un faro de esperanza pronto se tornó en una carga pesada.Al avanzar con los cimientos, el sacerdote se encontró con un obstáculo insalvable: se había quedado sin piedras. La angustia se apoderó de él, y las noches se hicieron eternas, plagadas de pesadillas sobre el castigo que podría recibir por no cumplir con su deber.Fue en una de esas noches, cuando la desesperación alcanzaba su cúspide, que una sombra oscura apareció ante él. Con una sonrisa burlona, el diablo le ofreció un trato tentador todas las piedras que necesitará, a cambio de su alma. El sacerdote, atrapado entre el miedo y la presión de la expectativa, aceptó. En su mente resonaban las voces de quienes habían fallado antes que él, pero la urgencia de completar la capilla lo llevó a actuar contra su mejor juicio.El diablo le entregó un cofre lleno de monedas doradas y le ordenó contar cada una mientras él y sus diablillos volaban a Tunja para traer las piedras. A medida que el sacerdote contaba las monedas, una inquietud comenzó a crecer en su interior. Cuando llegó a la última, su reflejo en la moneda reveló una verdad aterradora, la angustia de aquellos que, como él, habían hecho pactos similares.Una ola de arrepentimiento lo invadió y, en un acto desesperado, lanzó el cofre al suelo y se arrodilló, implorando perdón.Su súplica fue tan sincera que, en ese preciso instante, el diablo perdió todo su poder. Las piedras, que ya estaban en el aire, cayeron con un estruendo ensordecedor sobre la tierra de Facatativá, sacudiendo el lugar y aterrorizando a los habitantes. Se dice que quienes presenciaron la caída escucharon un trueno resonante y sintieron un olor a azufre que impregnaba el aire.Desde aquel día, las gigantescas piedras permanecieron en el lugar, símbolo de un pacto que casi se concretó, y recordatorio del poder del arrepentimiento. Las Piedras del Tunjo se convirtieron en parte de la memoria colectiva, un relato que se cuenta en noches de fogata, advirtiendo a las futuras generaciones sobre los peligros de hacer tratos con lo oscuro.
Por: Evelin Salazar