A solo 80 kilómetros de Bogotá, en el municipio de Sasaima, se esconde un paraíso natural que parece sacado de un sueño, Cerro Azul.
Este destino, aún poco explorado por el turismo masivo, ofrece una experiencia transformadora en la que el clima cálido, los paisajes verdes y una energía especial te envuelven desde el primer momento. En apenas dos horas, el frío de la capital da paso a una atmósfera tropical y acogedora, lo que convierte el viaje en una especie de transición mágica entre mundos.
El trayecto hacia Cerro Azul es un espectáculo por cuenta propia. Conforme uno se aleja del concreto y el bullicio citadino, el paisaje se transforma: aparecen montañas cubiertas de niebla, caminos entre cafetales y, finalmente, una explosión de vegetación tropical. Este cambio de entorno se percibe con todos los sentidos. El aire huele diferente, se siente más ligero, más vivo. Es como si el estrés se quedara atrás, atrapado entre los túneles y las curvas del camino.
Una vez en la cima, Cerro Azul ofrece vistas que cortan la respiración. Desde allí se pueden contemplar los majestuosos cañones del río Dulce, un espectáculo natural que se enriquece con atardeceres que tiñen el cielo de tonos naranjas, rosados y dorados. Cada caída del sol es distinta, pero todas comparten un poder hipnótico que invita a detenerse y simplemente observar. No es raro que visitantes describan el lugar como un “mirador al infinito”.
Para los amantes de la aventura, Cerro Azul tiene una amplia oferta. Caminatas ecológicas, exploración de flora y fauna, avistamiento de aves exóticas y mariposas gigantes son algunas de las actividades disponibles. Al mismo tiempo, es un lugar ideal para quienes buscan paz y conexión con la naturaleza. Aquí, el silencio no es vacío: está lleno de trinos, de viento entre las hojas y del susurro lejano del río.