Productores de Fómeque, Sasaima y Quebradanegra fortalecen sus tradiciones cafeteras y comienzan a abrirse camino fuera del departamento con el Sello Dorado, una apuesta que combina paciencia, estrategia y calidad.
Cada madrugada, antes de que el sol caliente los cerros de Fómeque, Neyibia Cuellar, de la empresa Café Miel, empieza su jornada entre cafetales. Sus manos curtidas no solo recogen granos, sino que también sostienen años de historia familiar y conocimiento ancestral. Como ella, otros empresarios del café, como Luz Marina Bastó Jiménez, de Liberarte Café en Sasaima, y Hugo Hernán Moreno Bolívar, de Waiva en Quebradanegra, han vuelto a creer en el valor de su trabajo, impulsados por una insignia que no es solo un logo: el Sello Dorado.
Este sello, otorgado por la Gobernación de Cundinamarca, reconoce la calidad del café cultivado en zonas tradicionales del departamento. Pero no se trata solo de un certificado: detrás hay capacitaciones, trabajo en equipo y un compromiso de las comunidades con el cultivo responsable. En Quebradanegra, por ejemplo, jóvenes que antes migraban a Bogotá ahora se quedan, atraídos por la posibilidad de emprender con el café de sus propias fincas, como lo ha hecho Hugo con su marca Waiva.
El cambio no ha sido fácil. Durante años, los caficultores vendían a bajo precio a intermediarios que poco valoraban su origen. Ahora, con el Sello Dorado, muchos han logrado vender directamente a tiendas especializadas o incluso exportar. En Sasaima, Luz Marina ha consolidado su emprendimiento con una propuesta que combina calidad, sostenibilidad y orgullo por el territorio, sumándose a otras asociaciones que han formado cooperativas para tener mayor control sobre su producto y, sobre todo, para contar su propia historia.
Hoy, cuando alguien compra una bolsa de café con Sello Dorado, no solo se lleva un grano cultivado a buena altura, sino también una parte de Cundinamarca, de su paisaje y de la vida de quienes decidieron quedarse en su tierra para que la tradición cafetera no se apague. El aroma de ese café, dicen ellos, lleva el esfuerzo de muchas madrugadas, pero también el sabor de la esperanza bien sembrada.