El sumo pontífice, fallecido a los 88 años, es recordado como un hombre auténtico, con pasiones terrenales, entre ellas una muy especial: su amor por San Lorenzo de Argentina.
Hincha declarado de San Lorenzo de Almagro, Francisco nunca ocultó su fanatismo por el club de Boedo. Incluso, al poco tiempo de asumir el papado en 2013, recibió de regalo una camiseta del “Ciclón” y una carpeta con la historia del club, gesto que agradeció con una sonrisa cómplice. “Soy hincha de San Lorenzo desde que era chico. Me llevaba mi padre a la cancha”, recordaba con nostalgia en entrevistas y encuentros informales.
Su conexión con el fútbol trascendía lo meramente sentimental. Lo veía como un puente entre culturas y una herramienta para educar en valores. “El deporte es un camino de encuentro, un medio para promover la fraternidad”, decía.
Durante su papado, Francisco no dudó en mencionar a las grandes figuras del fútbol mundial, reconociendo su impacto más allá del campo de juego. Sobre Lionel Messi, dijo: “Es un gran jugador, pero me impresionó su humildad. Nunca se la creyó, y eso lo hace más grande aún”. También tuvo palabras para Diego Maradona, tras su fallecimiento en 2020: “Recuerdo con cariño a Diego, un poeta del fútbol. Que Dios lo reciba con los brazos abiertos”. Y sobre Pelé, a quien definió como “un caballero del fútbol”, expresó admiración por su papel como embajador de paz.
En distintas ocasiones, recibió en el Vaticano a equipos enteros, atletas olímpicos y dirigentes deportivos. Los animaba a practicar el deporte como un espacio de respeto, superación y solidaridad. Su impulso fue clave en la creación del movimiento “Sport for All”, que promueve el acceso al deporte en comunidades vulnerables.
Más allá de la sotana, Jorge Bergoglio fue siempre un hincha. Alguien que celebraba un gol con el corazón, que entendía que el deporte también podía hablar de Dios, desde la pasión y la alegría compartida.