Ubicado a poco más de 80 kilómetros de Bogotá, este rincón de clima templado es una invitación a la calma, al turismo sostenible y al encuentro con la autenticidad rural.
Rodeado por quebradas cristalinas, fincas cafeteras y senderos que se abren paso entre guaduales, Sasaima es un destino ideal para quienes buscan desconectarse del ruido y reconectarse con la naturaleza. El murmullo del río Dulce, las vistas desde el Alto de la Cruz y la serenidad del paisaje convierten cada recorrido en una experiencia de contemplación. La Cueva de los Murciélagos y el Pozo Azul son paradas imperdibles para los amantes de la aventura y el ecoturismo.
El municipio guarda también una riqueza histórica y espiritual que se refleja en su arquitectura colonial y en la Iglesia de San Nicolás de Tolentino, joya patrimonial que domina el parque principal. Allí, cada año, los habitantes celebran con orgullo sus fiestas patronales, donde la música campesina, las comparsas y la gastronomía local se mezclan con la calidez de su gente.
La vida en Sasaima transcurre entre tradiciones agrícolas y proyectos de turismo rural comunitario que permiten a los visitantes hospedarse en casas campesinas, participar en la cosecha de café, probar frutas recién cortadas y descubrir la cotidianidad de sus veredas. Esta experiencia, lejos del turismo masivo, muestra un modelo de desarrollo que respeta la naturaleza y fortalece la economía local.
Además de sus paisajes, este municipio enamora por sus sabores. Las arepas de maíz pelao, la gallina criolla, los dulces de guayaba y los jugos de mango biche son parte esencial de su identidad gastronómica. Cada plato cuenta una historia, cada receta guarda un pedazo de memoria.
Hoy, Sasaima se posiciona como uno de los destinos rurales más encantadores de Cundinamarca, reconocido por su autenticidad, su hospitalidad y su compromiso con la sostenibilidad.








