Tras la muerte del papa Francisco, el Vaticano inicia el proceso para elegir a su sucesor. En los próximos días, el Colegio Cardenalicio se reunirá en cónclave para definir al nuevo líder de la Iglesia católica.
La elección se llevará a cabo en un cónclave, un encuentro reservado en el que participarán únicamente los cardenales menores de 80 años. En total, 140 purpurados están habilitados para votar, de los cuales el 80% fueron designados por el propio Francisco.
El cónclave se celebra a puerta cerrada en la Capilla Sixtina. Los cardenales votan hasta cuatro veces por día, en rondas secretas. El elegido debe obtener una mayoría calificada de dos tercios para ser proclamado nuevo papa. Hasta que eso ocurra, el mundo estará atento al humo que emerge de la chimenea: negro si no hay decisión, blanco si ya hay papa.
El cronograma del cónclave para elegir al nuevo papa comienza con nueve días de ceremonias y preparación: los primeros tres se dedican a los funerales del pontífice fallecido, mientras que del día 4 al 9 se realizan reuniones llamadas “congregaciones generales”, donde los cardenales analizan los retos de la Iglesia y el perfil ideal del sucesor. El día 10 se inicia formalmente el cónclave; los cardenales electores ingresan en procesión a la Capilla Sixtina, juran guardar secreto y llevan a cabo las votaciones.
Aunque no existen reglas escritas sobre el perfil del sucesor, algunos observadores consideran poco probable que vuelva a ser elegido un jesuita, dado que Francisco pertenecía a esta orden. También se especula que, tras el primer papa latinoamericano, el colegio cardenalicio podría volcar su mirada a otra región del mundo, tal vez África o Asia.
Una vez elegido, el nuevo papa acepta su designación y escoge un nombre papal. Luego se asoma al balcón de la Basílica de San Pedro y es presentado al mundo con la tradicional fórmula “Habemus Papam”. Desde ese momento, se convierte en el líder espiritual de más de 1.300 millones de católicos en el mundo.
El nuevo papa enfrentará múltiples desafíos que marcarán el rumbo de su pontificado. Deberá promover la unidad interna en una Iglesia dividida entre posturas conservadoras y progresistas, revitalizar las vocaciones religiosas, especialmente entre los jóvenes, y responder al creciente llamado por una mayor participación de las mujeres en roles de liderazgo.
También deberá abordar con firmeza los casos de abusos sexuales aún pendientes, adaptarse a los nuevos lenguajes de la era digital, y continuar el compromiso con el cuidado del planeta y la justicia social. Además, será clave fortalecer el diálogo interreligioso y encontrar un equilibrio entre la doctrina y la inclusión en temas como la diversidad sexual y de género.