La historia de la Catedral de Sal está imbuida de magia y devoción indígena. Según la leyenda, los antiguos muiscas construyeron este santuario en honor a la diosa de la sal, una deidad que, según ellos, residía en las profundidades de la montaña. La historia se entrelaza con la figura de una mujer indígena que pasaba largas horas del día contemplando al sol desde la montaña más alta, ofreciendo flores y compartiendo sus cuentos más queridos.Cada atardecer, la mujer escondía sus secretos bajo una piedra, confiando en que el sol los recibiría. Su devoción la llevó a experimentar una conexión tan profunda que a veces se sentía transformada en río, escarabajo o nube. El Sipa, el líder indígena, preocupado por el estado de su devoción extrema, decidió encerrarla en una cueva oscura en la montaña, con la esperanza de que la separación del sol la curara.Sin embargo, el sol, en un acto milagroso, creó una rendija en la cueva por la cual su luz penetraba, transformando el lugar en un esplendoroso palacio de sal. La cueva se volvió blanca y brillante, con torrentes, lagos, lirios, peces plateados y árboles con frutos desconocidos. La joven encontró consuelo en esta rendija luminosa y en el majestuoso mundo de sal que surgió a su alrededor. Todo era titilante y extraordinario, un entorno lleno de pilares y luces de sal.Un día, la joven despertó con una sortija hecha del diamante de las salinas de Zipaquirá en su dedo. Este anillo, símbolo de su unión con el sol, le otorgó una influencia astral. Con el cabello suelto, salió corriendo sin detenerse, dejando tras de sí, una estela salada que se extendía por todos los parajes.Así, la leyenda de la Catedral de Sal no solo nos cuenta la historia de una impresionante estructura subterránea, sino que también nos lleva a un viaje místico lleno de magia y devoción, donde el sol y la sal se entrelazan en un relato que sigue fascinando a todos los que se aventuran en las profundidades de Zipaquirá.
Por: Evelin Salazar