“La violencia es algo que muchas personas han enfrentado en Colombia a lo largo de los tiempos y esta nueva escalada […] está tomando una diferente forma de…”, Michelt Guarín.
Mientras la violencia se agudiza en Colombia, hablar de paz no es un gesto ingenuo ni idealista: es una necesidad urgente. Pero, ¿cómo hacerlo cuando la agenda pública y mediática parece dominada por el estruendo de los atentados, los asesinatos y los discursos políticos cargados de odio?
En medio de ese ruido, hay espacios que resisten desde el pensamiento y la palabra. Mientras las portadas hablan de guerra, hay quienes insisten en preguntarse cómo construir paz sin caer en el panfleto ni en el alarmismo exagerado —eso que los académicos llaman catastrofismo—.
Uno de esos escenarios es el Comité de Paz de la Universidad de los Andes, donde se intenta pensar la paz con rigor, sin propaganda, pero también sin indiferencia. En conversación con sus integrantes, emergen reflexiones urgentes sobre lo que significa defender la paz en este momento del país.
“El atentado al senador Miguel Uribe no puede usarse para alimentar el miedo, ni para justificar discursos punitivistas que solo nos alejan de una paz estructural”, afirma Michelle Guarín, co-directora del Comité. Desde su mirada, “hay que analizar lo que pasó desde un enfoque de derechos humanos, sin ponerle una cara política al hecho violento. No se trata de quién fue atacado, sino de qué significa que la violencia vuelva a la política”.
Esa reflexión también se extiende a la participación de un menor de edad en el hecho. “No es nuevo el uso de niños y niñas en la violencia armada en Colombia. Por eso urge trabajar en la prevención desde la escuela, desde la casa, desde los espacios cotidianos”, insiste Michelt. “La paz también se teje desde ahí”.
Para Gabriela Puentes, otra de las co-directoras del Comité, hablar de paz no es reducirla al silencio de las armas. “La violencia hoy se expresa de muchas formas: violencia de género, exclusión territorial, racismo, transfobia. Por eso la paz no puede pensarse solo entre el Estado y los grupos armados. La paz se construye desde abajo, con las voces de quienes han sido históricamente excluidos”.
Desde esa perspectiva, ampliar la mirada implica comprender que la paz no se reduce a la ausencia de guerra, como advertía Johan Galtung al hablar de paz negativa. Se requiere también presencia activa de justicia, equidad y diálogo: una paz positiva. “El conflicto en Colombia es estructural. No basta con firmar acuerdos. Hay que transformar lo que ha alimentado esa violencia durante décadas”, sostiene Gabriela.
Hernán Useche, también miembro del Comité, plantea una advertencia: “Estamos normalizando la violencia cultural, esa que justifica el odio desde el lenguaje. El discurso político se ha vuelto terreno fértil para la estigmatización del otro. Y si no desarmamos las palabras, nunca vamos a desarmar el país”.
Ante la pregunta de qué se necesitaría para un acuerdo nacional por la paz que no sea solo político, Gabriela responde con claridad: “Necesitamos una mesa diversa, donde estén mujeres, campesinos, indígenas, jóvenes, líderes sociales, personas racializadas. La paz debe incluir a quienes más han sufrido la guerra y a quienes nunca han sido escuchados”.
El Comité de Paz de la Universidad de los Andes es una iniciativa estudiantil que busca, precisamente, abrir espacios de encuentro entre visiones distintas. “Hacemos un evento anual llamado Día País, donde traemos líderes de distintos territorios a compartir sus experiencias, para que Colombia se mire en ese espejo múltiple y real”, explica Michelt.